18 julio, 2012

Plan de viernes: Siempre serás mi amigo

En el verano de 1989 yo estaba en Vancouver haciendo una serie de televisión. Era una situación muy difícil: obligado por un contrato a hacer un trabajo rutinario que para mí bordeaba el fascismo (policías en la escuela...¡Dios mío!). Mi destino estaba en algún lugar entre Chips y Joanie Loves Chaaci. Tenía un número limitado de alternativas: 1) resistir hasta el final con el menor desgaste personal posible, 2) hacerme echar lo más rápido posible con un poco más de desgaste y 3) estaba descartado a partir de un sólido consejo de mi abogado. En cuanto a la 2), lo intenté pero no mordieron el anzuelo. Finalmente, opté por la 1): terminar lo mejor que pudiera.

El desgaste mínimo se transformó pronto en autodestrucción potencial. No me sentía bien conmigo mismo ni con esta prisión autoinducida e incontrolable que un ex agente me había prescripto como remedio contra el desempleo. Estaba atascado entre una publicidad y otra. Balbuceando incoherentemente algunas palabras del guión que no lograba leer (y, por lo tanto, ignorando qué veneno podrían contener). Aturdido, perdido, empujado hacia las entrañas de América disfrazado de joven republicano. Chico de la tele, ídolo juvenil, objeto sexual juvenil. Era un pedestal, un póster, una pose, una patente, un plástico. Clavado a una caja de cereales con ruedas, corriendo a 200 millas por hora hacia un choque irremediable con los objetos que anunciaba. El muchacho de la novedad, el muchacho de la corporación. Arruinado, desplumado y sin escape de esta pesadilla.

Y entonces, recibí un guión de mi nuevo agente, un envío de Dios. Era la historia de un muchacho que tenía tijeras por manos -un inocente marginal de los suburbios-. Lo leí inmediatamente y lloré como un recién nacido. Asombrado de que alguien fuera tan brillante como para concebir y escribir esta historia, lo volví a leer. Estaba tan conmovido por él que grandes olas de imágenes inundaron mi cerebro: los perros que tuve de chico, el sentimiento de ser raro y estúpido al crecer, el amor incondicional que sólo los chicos y los perros están suficientemente evolucionados como para tener. Me sentía tan ligado a la historia que quedé completamente obsesionado. Leí todos los libros infantiles, cuentos de hadas, tratados de psicología infantil, la Anatomía de Gray, cualquier cosa, todas las cosas... y entonces, la realidad se interpuso. Yo era el chico de la tele. Ningún director en su sano juicio me contrataría para este personaje. No había hecho nada profesionalmente para demostrar que podía interpretar ese papel. ¿Cómo podía convencer al director de que yo era Edward, que lo conocía del derecho y del revés? Me parecía imposible.

Se arregló una entrevista. Yo debía ver al director, Tim Burton. Me preparé mirando sus otras películas: Beetlejuice, Batman, La gran aventura de Pee Wee. Dado vuelta por la obvia y talentosa magia que el tipo poseía, estaba aún más seguro de que no me vería para el papel. Me daba vergüenza creerme Edward. Después de muchos arrugues frente a mi agente (gracias, Tracy), ella me obligó a asistir.

Era un tipo pálido, de aspecto frágil, de ojos tristes, con un pelo en mucho peor estado que expresaba muchas más cosas que la lucha de la noche anterior con la almohada. Un peine con patas habría batido a Jesse Owens al ver las crenchas de este tipo. Un mechón hacia el Este, cuatro puñados al Oeste, un remolino y el resto de aquel sinsentido apuntando a todas partes, norte y sur. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue decirle: "¿Por qué no dormís un poco?", pero por supuesto no lo hice. Y de pronto la idea me golpeó en la frente como un martillo de dos toneladas. Las manos, la manera en que las movía en el aire sin control, golpeteando nerviosamente la mesa, su hablar afectado (un rasgo que ambos compartíamos), los ojos ferozmente abiertos y desorbitados, curiosos, ojos que habían visto mucho pero aún devoraban todo. Este lunático hipersensible es Eduardo Manos de Tijeras.

Después de compartir tres o cuatro jarras de café, atropellándonos sobre las frases sin terminar del otro, pero milagrosamente entendiéndonos, terminamos nuestro encuentro con un apretón de manos y un "gusto en conocerte". Me fui atiborrado de cafeína masticando una cucharita de plástico como un perro rabioso. Me sentía todavía peor que antes debido a la conexión honesta que tuvimos durante la entrevista. Los dos entendíamos la belleza perversa de un aparato para ordeñar vacas, la fascinación por las uvas de resina, la complejidad y la fuerza que uno puede encontrar en una pintura aterciopelada de Elvis, viendo más allá de la materialidad, el profundo respeto por "aquellos que no son otros". Estaba seguro que podía trabajar con él y que si me daban la oportunidad podía encarnar su visión artística de Manos de Tijeras. Pero mis chances eran escasas, si las tenía. Gente mucho más conocida que yo no sólo estaba siendo considerada para el papel sino que estaban luchando, batallando, pateando, llorando y rogando para obtenerlo. Un sólo director había arriesgado su pellejo por mí y era John Waters, un gran director marginal, un hombre por el que Tim y yo teníamos gran respeto y admiración. John se había arriesgado a cambiar mi imagen en Cry Baby. Pero, ¿vería Tim en mí algo que lo hiciera aceptar el riesgo? Así lo deseaba.

Esperé semanas sin ninguna señal esperanzadora. De todos modos, seguía ensayando el papel. No era solamente algo que quería hacer, era algo que tenía ganas de hacer. No por ambición, codicia, carrera o taquilla sino porque la historia se había instalado en el medio de mi corazón y se negaba a ser desalojada. ¿Qué podía hacer? En el momento en que me estaba resignando a ser el chico de la tele para siempre, sonó el teléfono.

"Hola", atendí.
"Johnny... sos Eduardo Manos de Tijeras", dijo una voz.
"¿Qué?", salió de mi boca.
"Sos Eduardo Manos de Tijeras"

Colgué el teléfono y murmuré nuevamente las palabras. Y luego se las murmuré a todos los que se me cruzaron en el camino. No lo podía creer. Él estaba dispuesto a arriesgar todo conmigo en el papel. Oponiéndose a los deseos del estudio y a los deseos de una gran estrella que aseguraba una recaudación, me eligió a mí. Me volví inmediatamente religioso, seguro de que había habido una intervención divina. Este papel no era para mí un paso en mí carrera. Era la libertad. Libertad para crear, experimentar, aprender y exorcizar algo en mí. Me rescataba del mundo de la producción de masas este joven, extraño y brillante que había pasado su juventud dibujando figuras extrañas, pateando las calles de Burbank sintiéndose, él también, bastante monstruoso (como descubriría más tarde). Me sentía Nelson Mandela. Resucitado de mi cansada estadía en Hollywierd y de lo que significaba no controlar nada de lo que realmente necesitas para ti.

En resumen, le debo la mayor parte de mi éxito a la suerte de tener este extraño y electrizado encuentro con Tim. porque si no fuera por él creo que hubiera terminado eligiendo la alternativa 3) y hubiera abandonado esa maldita serie mientras todavía me quedaba un resquicio de dignidad. Y también creo que, gracias a que Tim creyó en mí, Hollywood me abrió sus puertas como en un juego de "Sigan al líder".

Desde entonces he trabajado nuevamente con Tim en Ed Wood. Me comentó la idea en el Formosa Café en Hollywood. A los 10 minutos me había comprometido a hacerla. Para mí, casi no importa lo que Tim quiera filmar: yo lo haré, estaré allí. Porque confío en él: en su visión, en su gusto, en su sentido del humor, en su corazón y en su cerebro. No se puede etiquetar lo que hace. No se lo puede llamar magia porque eso sugeriría alguna clase de truco. Y no se lo puede llamar habilidad porque indicaría que es algo aprendido. Lo que tiene Tim es un don muy especial que no se ve todos los días. No es suficiente llamarlo cineasta. La palabra "genio" es más precisa: no es solo cine, es también dibujos, fotografías, pensamiento, comprensión e ideas.

Cuando me pidieron que escribiera el prólogo de este libro, elegí contarlo desde la perspectiva de cómo me sentía sinceramente en el momento en que me rescató: un perdedor, un inadaptado, otro pedazo de carne descartable de Hollywood.

Es muy difícil escribir sobre alguien a quien uno respeta y quiere y con el que uno tiene un nivel de amistad tan alto. Es igualmente difícil explicar la relación de trabajo entre un actor y un director. Sólo puedo decir que para mí, Tim sólo necesita decir unas pocas palabras inconexas, sacudir la cabeza, ponerse bizco o mirarme de cierta manera para que yo sepa exactamente lo que tengo que hacer en una escena. Y siempre hice lo mejor que pude para entregarle lo que él quería. Por lo tanto, para decir lo que siento de Tim, tengo que hacerlo en un papel, porque si se lo dijera en la cara lo más probable es que se reiría como una bruja y me dieria un puñetazo en el ojo. Es un artista, un genio, un excéntrico y un amigo insano, brillante, valiente, histérico, leal, inconformista y honesto. Tengo una tremenda deuda con él y lo respeto más de lo que puedo expresar. EL es él. Y eso es todo. Y es también, sin duda, el mejor imitador de Sammy Davis Jr. que hay en el planeta.
Nunca vi a nadie tan inadaptado que encajara tan bien. A su manera.

Johnny Deep
Nueva York
Septiembre, 1994.


(Prólogo extraído del libro "Tim Burton por Tim Burton")



Podría haber elegido cualquier frase típica de amistad, pero no. Esta vez quise transcribir y de paso, recordar aquel famoso prólogo escrito por Johnny Depp para su amigo, Tim Burton.
Porque Johnny Depp no siempre fue el winner que vemos en la pantalla, porque él también se sintió mal, perdido, desanimado y tuvo a un Burton que le tiró una soga.
Porque todos tenemos un Burton con el que tomar café, hablar de ridiculeces y también de cosas importantes y entendernos, aún sin hablar.

Feliz día del amigo.

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