25 octubre, 2016

Dulce y melancólica

Intentemos responder la siguiente pregunta:

¿Cuál es la mejor película del año?

¿Es la que llevó más espectadores? ¿Es la que despilfarró millones en efectos especiales? ¿Es la que tiene detrás una infernal campaña de marketing? ¿Es la que tiene un cast lleno de estrellas? ¿Es la que cosechó un buen número de estatuillas doradas? ¿Es la que tiene detrás el ojo de un gran director? ¿Es la que tiene los mejores escenarios naturales o es la que se filmó en los climas más adversos? ¿Es la de bajo presupuesto? ¿Es la que sólo se presenta en festivales de cine independiente?  

Lo cierto es que ninguna de estas preguntas responde a la original. En realidad, algunas sí responden pero no es a lo que apunto. El tema es más simple.
La mejor película del año es la que nos enamora, la que nos hace reír y también llorar. Es la que durante una hora y media nos tiene el corazón inflado como un globo. Por momentos parece que nos falta el aire y entonces nos sentimos suspirar. Más de una vez. En esa hora y media perdimos la cuenta de los suspiros. Si alguien pudiera grabarnos en ese momento, en la oscuridad de la sala, nos diría que sí, que estamos enamorados. No vemos defecto alguno. Todo es perfecto. Queremos que nunca se acabe esa sensación. No escuchamos el ruido ambiente ni la gente alrededor. Vivimos en esa especie de burbuja ideal.

Todo eso me pasó cuando vi Café Society de Woody Allen: la mejor película del año.


En Cafe Society, Woody Allen vuelve al romance de los años 30, a las estrellas de Hollywood, a los chistes de judíos, a la mafia, a la muerte, a la industria del cine y a su amor por NY.

Bobby Dorfman (Jesse Eisenberg) vive en el Bronx. Trabaja con su padre en el negocio familiar. Necesita un cambio en su vida sin emoción y es su madre quien va a ayudarlo cuando decida volver a contactar a su hermano Phil (Steve Carrell), quien vive en Hollywood rodeado de glamour y estrellas de cine que representa. A regañadientes, Phil le hace el favor a su hermana y le hace un lugar a Bobby en su compañía como chico de los mandados. No sólo se preocupa por mantenerlo ocupado con trámites y entregas, también le encarga a su asistente Verónica (Kristen Stewart) que en sus ratos libres le haga las veces de guía turística a su sobrino. Entre city tours, escapadas al cine y eventos sociales en los que Bobby empieza a participar, el protagonista se enamora de Verónica, aún cuando ella acuse en su haber un novio periodista.

Cafe Society se sacó todos los números para convertirse en el tiempo en un post de 10 buenas razones para ver. Y lo será. Sin embargo, prefiero que añeje como un buen whisky, que repose, se asiente y entonces recién volver a ella, redisfrutarla, repasar mil veces cada detalle precioso hasta saberlo de memoria, porque eso es lo que pasa con cada una de las películas que integran dicha sección. Y Cafe Society es digna de ese nivel de minuciosidad.

Woody Allen no sólo narra el romance entre Bobby y Verónica, sino todas las peripecias de la familia Dorfman que, entre otras cosas, incluye un hermano gangster y una hermana casada con el intelectual de la familia. Cafe Society será el lugar de moda que Bobby terminará regenteando gracias a su hermano y que Allen utiliza para establecer su mirada cínica del mundo. El circo incluye políticos y gangsters, señoras miserables con título nobiliario, maridos con sus amantes, modelos y amigos por conveniencia.

Si bien está muy bien el telón de fondo, este post apunta al romance y por eso se hace imprescindible hablar de ellos dos. Primero, sepan disculpar, mi debilidad: Eisenberg.


Debo ser imparcial pero Jesse Eisenberg no me deja. Cada vez que interviene, mi objetividad se va al tacho. El chico que supo ser un mago canchero en la saga Nada es lo que parece, que fue Zuckerberg en ese peliculón llamado Red Social, que mató zombies con Emma Stone, otra amiga de la casa, en Zombieland vuelve a trabajar con Allen. Tuvo mala suerte en su primer trabajo con el director porque le tocó una participación en la olvidable A Roma con amor. Por suerte, tuvo su revancha. No hay nada que no pueda enamorarnos de Eisenberg. SIEMPRE me enamoro de él. En Cafe Society  es su hambre de progreso, sus ganas de salir de su zona de confort, hasta cuando le toca cadetear está contento como chico en una juguetería. Bobby es un soñador, un romántico, es el que apuesta y se juega el todo por el todo aunque después las cosas no salgan como se imagina.
No es alto ni carilindo. No tiene lomazo y habla mil palabras en un segundo, pero así y todo la vecinita hace público su amor por el muchacho en cuestión y no descarta en un futuro un post tierno y merecido de Todas aman a Jesse Eisenberg.



Voy a ser breve porque Kristen Stewart no es santa de devoción del barrio pero la mano de un buen director todo lo puede y hace milagros. Si bien lleva varias películas en su haber, Stewart escaló posiciones con la saga Crepúsculo. Si tuvieron un ataque teen y vieron la saga del vampiro, olvídense de todo lo visto. La química con Jesse Eisenberg y ese punto de etérea fascinación que supo transmitir Stewart en Café Society hacen que nos olvidemos de colmillos y hombres lobo. Junto a Eisenberg conforman una pareja inolvidable que hace honor al romance de la década del 30. Kristen by Allen resulta ser una buena actriz y sí, no podemos evitarlo: amamos sus vestiditos de época!

Cafe Society se merecía un lugar propio en el blog por ser una de las comedia románticas más melancólicas de Woody Allen, y porque si bien aún quedan 3 estrenos 2016 que se robarán mi corazón y próximamente tendrán su post, no hay nada mejor que ver un romance de época, una tarde lluviosa de semana y salir con el corazón lleno de amor.

Ah! Les mando un besito a todos aquellos que les encanta decir año a año que Woody ya no tiene nada nuevo que contar. El post va para ustedes.
Con cariño.

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