02 enero, 2008

La vie en rose



El día que se acabe el mundo, cuando todo sea confusión y caos, ella estará espléndida. Radiante, con esa sonrisa a flor de labios y con ánimo de perdonar cualquier desmadre al que haya sido sometida. Víctima de cortes de cabellos despiadados, pintarrajeada con crayones baratos y así, ultrajada y desnuda como Mattel (su Dios fabril) la trajo al mundo será olvidada y posteriormente reemplazada en un rincón.

Otras serán objeto de colección entre celebrities neoyorkinas, hasta que algún día se acabe el amor y quieran deshacerse de ellas. Entonces, en el mejor de los casos, las subastarán suciamente y la rubia siliconeada pasará a ocupar una vitrina en Tokio, como sus amigos de Toy Story. Por último hay niñas ajenas al afán de la destrucción y la codicia y pasado un tiempo prudente van a deshacerse de ella con lágrimas en los ojos para que otras puedan disfrutar y saber lo que es tener una Barbie.

Barbie sobrevivió a cambios culturales, de época, adoptó distintas estéticas siguiendo las tendencias del entretenimiento y la cultura pop. Fue bailarina, modelo, doctora, deportista, madre y esposa entre tantas otras cosas. Ícono de la moda y el glam trascendió fronteras geográficas y culturales, hizo amistades sin importar raza o religión: hay versiones irlandesas y hasta el Islam tiene su modelo, velo incluido.

Hoy pasé por el Barbie Store y pensé que muchos años atrás me hubiese encantado saber que existía este lugar acá, en Buenos Aires.

En primer lugar respiré aliviada cuando vi que las chicas que atienden no emulan a las muñecas, más bien tienen esa idiosincrasia recalcitrante típica de maestras jardineras.

El Citroen de Barbie, estacionado en la entrada, contribuye con la fantasía de creer que su propietaria llegó al bunker palermitano. Hay una fragancia indescriptible en el ambiente. Huele a Barbie. Hay percheros que incluyen faldas globo, pescadores y camperas para las lluvias de verano.

Hay caireles, brillos y lentejuelas. Falta el champagne, una misión imposible cuando recuerdo que estoy rodeada de menores y señoras que sólo toman agua mineral Evian. Llego al Barbie's Beauty Center. Sí, en inglés. Lo más parecido a la felicidad para toda mujer. Hay maquillaje y peluquería a cargo de manos expertas, o tengo la suerte de no cruzarme con ningún mamarracho. Todo está teñido de buen gusto. La frutilla del postre es la casa de té del fondo. La pastelería es impecable y acorde al lugar: corazones de chocolate, masitas con forma de estrellas, mariposas de hojaldre, trufas y mucho merengue. Las sillas románticas de hierro forjado acompañan las mesas vestidas con manteles liberty. Por supuesto, color rosa.
En una vitrina exhibidas como piezas de museo, hay una muestra de Barbies metamorfoseadas según las épocas. La paradoja es que en el Barbie Store, excepto la vitrina y algunos ejemplares de la amiga cuate y la irlandesa, no hay gran variedad como esperaba encontrar y lo peor de todo es haberme dado cuenta que la expresión de la chica con cintura de avispa había cambiado. Está más aburrida que nunca. Me dieron ganas de volver corriendo a casa a buscar a mi Barbie que descansa en una caja. Feliz de haber conservado intacto su maquillaje con el paso de los años, su equipo deportivo y su blonda y larga cabellera. Agradecida por una infancia llena de juegos en la puerta de calle, no como figura de exposición en una vitrina en el coqueto barrio de Palermo.


Barbie Store: Scalabrini Ortiz 3170.

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