Esta semana terminé un libro genial. Tan genial que hizo me pasara de estación en el subte. Es una sensación rara porque por un lado, da un poco de bronca cuando uno siempre anda jugado de tiempo. Al mismo tiempo, fue hermoso e imposible levantar la vista de la lectura. Cuando eso pasa se me infla el pecho de la emoción, acaricio la portada del libro como un mimo, dándole las gracias porque eso pase. Esa sensación me duró buena parte del día. Quería volver a encontrarme con el libro.
El libro anterior a éste fue un libro hermoso, quizá el más lindo de este 2015, pero continuar la buena racha de lectura ya es una bendición.
Ya tengo un par de reemplazos que vendrán y tantos más por comprar y leer.
La Feria del Libro es una buena oportunidad para buscar, revolver y pispear novedades y (no tanto) que están ahí, esperándonos...
Siempre voy a promocionar este evento literario porque me recuerda a mi niñez, tanto como el cine Los Ángeles, dos paseos que doy gracias a mi madre que me haya acostumbrado hacer no desde la obligación, sino desde un lugar placentero, de disfrute. (Gracias ma!)
Por eso, a pesar del cansancio que me genera recorrer esos laberintos cubiertos de pilas de libros, algunos más ordenados que otros, vuelvo a reecontrarme con esa sensación única de buscar qué nueva emoción me llevaré a casa, con qué autor volveré a pasarme de estación.
Ojalá sea pronto.
Por las dudas, tendré que poner un poco antes el despertador.
Nota: Los libros a los que se refiere la vecinita en este post son El hombre duplicado de José Saramago y El gato que vino del cielo de Takashi Hiraide respectivamente.
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