05 febrero, 2008

Listas

Las hacemos todo el tiempo sin darnos cuenta. A veces son sofisticadas, otras son clásicas y por eso mismo nunca pasan de moda. Son mis favoritas. Tienen algo rústico, con el tiempo se vuelven amarillentas, las letras se aclaran pero las ideas persisten.
Hace unos días estoy pensando en las listas. ¿Para qué sirven? ¿Por qué hacerlas? ¿Cuánto hay de capricho y cuánto de necesidad en la tarea de hacer una lista? ¿Mezcla de ansiedad? ¿Deseos? ¿Es terapéutico hacer una lista o puede provocar el efecto contrario? ¿No genera un grado mayor de presión de acuerdo a lo que decidamos volcar en ella? ¿Ayuda o agobia? Tomemos un ejemplo básico: la lista del supermercado. Hacer este tipo de lista es lo más parecido a un inventario. Uno repasa alacenas y demás ambientes de su casa y anota qué y cuánto comprar. El problema es que la lista del super es de todas las listas posibles la que impone menor respeto. El almacén del chino de la vuelta de casa nos saca de apuros, pero el super nos envuelve, nos distrae y marea. Nos hace perder más tiempo del planeado porque las cosas como por arte de magia no suelen estar siempre en el mismo lugar. Los supermercados, con su abanico de opciones, harán que nuestra magra lista ocupe un segundo plano y más de una vez terminaremos llevando algo totalmente inútil e innecesario en lugar del detergente que necesitábamos. Ni hablar si tenemos cerca el supermercado del elefantito. En una época, se podía conseguir allí diseños limitados de Trosman después de seleccionar las frutas y verduras.

Las listas de regalos (navidad, fiestas, cumpleaños) merecen un capítulo aparte. Hace unos años aprendí a valorarlas y resultan de gran utilidad. Hay que tomarse el trabajito de ser constante y voluntarioso y agendar qué cosa se le regaló a quién y en qué ocasión. Es una especie de registro que sirve para no quedar mal con nadie. Gracias a este ayuda-memoria podrán decir de nosotros cualquier cosa, menos que somos monotemáticos.

Hace unas semanas decidí enlistar mis libros y películas. A los cinco minutos ya me había arrepentido y no veía un final. Al menos, en el corto plazo. Pasada la crisis pude terminar y cuando ocurrió me senté a disfrutar, orgullosa frente a mi pequeño gran tesoro. Ya lo dijo el Nano, son aquellas pequeñas cosas que cada tanto dan ganas de escribirlas para poder verlas, sentirlas, olerlas y cuando nos queremos dar cuenta son listas de grandes momentos, de proyectos. Son nuestros greatest hits.

En unas semanas empieza la cuarta temporada de Lost y aunque auguro emoción al por mayor se que nunca más habrá un capítulo como aquel lacrimógeno Greatest hits, mi capítulo favorito. Greatest Hits tiene que ver con una lista, con los cinco momentos de grandes éxitos en la vida del finado Charlie. Los que se alegra haber vivido, los que decide recordar en sus últimas horas en la isla.

El recurso de las listas es inagotable y al mismo tiempo hay algo esperanzador y oculto en ellas; los novios y su lista de casamiento, la carta de vinos de un lugar, la lista de libros que quedan por leer...

Uno de los más famosos finales cinematográficos tiene que ver con una lista. En Manhattan, Woody Allen enumera las cosas por las que vale la pena vivir: las peras de Cézanne, Frank Sinatra, Groucho Marx y el rostro de Tracy, entre otras.

Necesidad o capricho las listas sirven y mucho. A Woody Allen le sirvió para salir corriendo en busca de Tracy, y a nosotros para enlistarlo como un gran final.

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