22 julio, 2016

La excepción Ashton

Hace unos días vi una película con Ashton Kutcher. Confieso: No me gusta Ashton. Nunca me gustó ni un poco. Mientras escribo, chequeo y rechequeo cómo se escribe su nombre y apellido. Ni eso logro retener. Nunca saldrá un post de baboseo sobre Kutcher. Sin embargo, muchas mueren por Ashton. El caso más extremo es el de Demi Moore quién no sólo fue capaz de dejar al gran Bruce Willis por el teen, sino que casi muere muerta cuando terminó su relación con el muchacho.
Dejando de lado las cuestiones del corazón del trío Demi - Bruce - Ashton, es sabido que siempre hay una excepción a la regla. La película en cuestión de este post es A lot like love o Muy parecido al amor. Que quede claro que llegué a ella gracias a mi simpatía por Amanda Peet, no por la presencia masculina. Sin embargo, Ashton está simpático y casi que le aceptaría un café.

Insisto que Amanda le pone onda y es una buena coequiper, pero Ashton también pone su parte. Hay algo que seduce en su personaje. No es su altura ni su cara angulosa, más bien tiene que ver con su crecimiento, con alcanzar la madurez suficiente y pelear por las cosas que queremos lograr en la vida, aún cuando el panorama no sea el deseado.

Ashton conoce a Amanda en un avión, rumbo a NY. Es casi un niño. Usa flequillo partido al medio, zoquetes y buzo con elástico ancho a la cintura. Es un chico recién salido de "la prepa", pero sabe lo que quiere y está convencido que en unos años va a ganar mucho dinero. Amanda no pone fichas en el futuro del galán pero acepta el reto. En 6 años, Ashton asegura que habrá  alcanzado su objetivo profesional y ya no vivirá bajo el techo de sus padres. Amanda deberá contactarse al teléfono paterno de Ashton y sólo así comprobar que la profecía se habrá cumplido.


Efectivamente, en seis años Kutcher ya no usa ese flequillo infantil. Es más bien parecido a la versión que enamoró a Demi Moore. Logró sus objetivos profesionales y casi personales. Recién ahí empieza el idilio fugaz de la vecinita con Kutcher, no sólo porque tiene un buen corte de pelo (no somos tan frívolas), sino porque es un hombre que sabe lo que quiere, porque hace reír a Amanda y porque se acompañan mutuamente una noche de año nuevo.

La historia está repleta de encuentros y desencuentros a destiempo. Podría seguir pero no es la idea, sólo quiero detenerme en una escena en particular, una foto, un momento.
Creo que la vida es un poco como la escena que acompaña el post de hoy.

Ashton lloriquea porque su novia lo dejó.
Amanda tampoco tiene muchos motivos para sonreír. Acaba de ver a su ex con una amiga. Sin embargo, prefiere cantar antes que escuchar toda la lata que Ashton prefiere lanzar al universo.
A veces -o casi siempre- la felicidad se conforma de aquellos pequeños momentos compartidos que podemos construir, con más o menos recursos, junto a otro. Aunque nos duela el cuerpo, el alma, el corazón y aunque sólo tengamos ganas de decir lo injusta que puede ser la vida.

La felicidad ES esa escena. Un poco tonta, un poco infantil como el ex flequillo de Ashton, pero tan necesaria. Es salir a la ruta, sin un destino muy fijo, con snacks y un vino para más tarde. Es cantar desafinado, con el chico o chica que te gusta, una canción ochentosa y a la vez tan irresistible de Peter Cetera.

Muy parecido al amor abunda en encuentros y desencuentros previsibles. Es una romántica, no lo olviden.
Y tampoco olviden que siempre hay gente que logra  hacerte olvidar de esa nubecita negra que a veces invade el bocho y te muestra que, aunque no puedas verlo en ese preciso momento, muy pronto vas a estar riéndote a carcajadas y cantando canciones mersas como las del video.


Buen finde, vecinitos!

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