07 noviembre, 2007

Espíritu adolescente

Hubo un tiempo en que Blockbuster no existía.

En esa época, el videoclub de barrio era amo y señor. En aquel momento podía estancarme cual orca marina frente a la vidriera de un videoclub el mismo tiempo proporcional que paso ahora mirando zapatos. Deseaba locamente esas cajas toscas y pesadas que contenían la dulce miel de los vhs. Quería llevarme todas a casa, sentarme frente al televisor y si era preciso que se me cayeran los ojos pero había un problema, básico y mayúsculo: no tenía videocassetera. Tener una "video" era un artículo de lujo asi que mientras soñaba despierta esperando la video propia, decidí aprovechar todas las situaciones que me deparara el destino. Ese día el destino se llamó Norma y Rodolfo, una amorosa parejita de Vicente López que había organizado una cena para grandes. La excepción a la regla era un niño de 4 años (hijo de los anfitriones) y yo, una mocosa de 8.

Se notaba que Norma había pasado todo el santo día metida en la cocina. El resultado fue un escalofriante aspic de frutas y un pollo medio crudo. Mientras intentaba comer un cuadradito de manzana cubierto de esa cosa gelatinosa, las cosas no se ponían mejores. Los grandes charlaban de trabajo y cosas de grandes hasta que Rodolfo tuvo una gran ocurrencia y me preguntó ¿Querés ver un video? Antes que terminara de decirlo ya estaba instalada en el sillón peliculero, dispuesta a la aventura. ¡Había dos vhs! Con suerte, si los grandes se entusiasmaban, hacía función continuada. La primera escena no desbordaba emoción. Quise darle tiempo a que se desarrollara la acción. Un hipopótamo se bañaba con extrema parsimonia. El hipopótamo bebé era más adorable, pero las escenas eran tan desmotivadoras como el aspic de frutas que habìa quedado en la mesa. Como una premonición, cuando ya estaba deseando volver a la mesa de los grandes Rodolfo pasó frente al televisor y con un gran gesto que dio cuenta de su generosidad cambió el video. De entrada, el reemplazo parecía divertido. Unas luces de neón mostraban una pareja de chanchitos. Ella tenía una pollera cortísima. A él se le hacía agua la boca. A continuación, unas chicas se bañaban mientras descubrían que eran espiadas por un grupo de chicos. Otra se encerraba en penumbras con un chico y abría las piernas. Ellos siempre parecían torpes y nerviosos. Ellas, decididas. Cuando Porky's se estaba convirtiendo en una lección a futuro apareció Rodolfo y se puso blanco como un papel. Por un momento se hizo un silencio sepulcral y a continuación sacaron la película. Así fue como terminé una noche jugando a la fuerza con un niño de 4 años a los rastris y tuve que esperar algunos años más para ver el final de la historia de esos adolescentes dispuestos a terminar con su virginidad a cualquier precio. Para mi, ellos habían debutado esa noche y yo también, con la video, en algún lugar de Vicente López.

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