02 mayo, 2017

Fue un gusto, Abelardo


Cuando me contestó que no era de acá, yo pensé, sin demasiada imaginación, que estaba hablando de Buenos Aires. Es el destino, le dije, yo tampoco soy de acá, y agregué que era un buen modo de empezar una historia de amor. Ella me miró con una expresión que sólo puedo describir como de desagrado, como suelen mirar las mujeres muy jóvenes cuando el tipo que está con ellas y al que acaban de conocer dice alguna estupidez. La edad, más tarde, les enseña a disimular estos pequeños gestos helados, estas barreras de desdén, de ahí que asienten, consienten y a la larga hasta nos estiman, cuando lo que de veras sucede es que han crecido y ya no esperan demasiado del varón.

Fragmento de Muchacha de otra parte
Las maquinarias de la noche, Abelardo Castillo



Hoy iba a salir otro post, pero la realidad me pegó en la jeta y me enteré de la muerte de uno de mis escritores favoritos.
Me hice un té, fui a mi biblioteca y abrí el tomo de sus Cuentos Completos. Tenía anotaciones y hasta apuntes tomados de una charla donde Castillo fue invitado en un ciclo de literatura que ya ni recuerdo.
Habló de sótanos, de pasillos, de mundos reales y de mundos no visibles. Habló de su amor por Proust, del Ulises de Joyce y también de Dostoievski. Dijo que al lector hay que agarrarlo de los pelos, situarlo en una historia y dio ejemplos de cómo hacerlo. 
Un pequeño detalle: no no llamamos Abelardo Castillo. 
Había uno solo.

Hoy, leo y releo mis apuntes y me doy cuenta que dio una clase de escritura de lujo y me siento afortunada, no sólo por haber conservado los apuntes, sino por haber estado ahí y por haber tenido la enorme dicha de entrevistarlo junto a una amiga de la facu. 
Después que el mismísimo Abelardo Castillo nos abrió la puerta, daba igual si en la facultad nos aprobaban o no. Tampoco importaba sacar la nota más baja o la más alta. 
Entrevistar a tu escritor favorito era la mejor nota.
Yo era su groupie y ahí estaba, con mi amiga, en su living, escuchándolo hablar de San Pedro, de su trabajo, sus influencias, de su mujer, Sylvia Iparraguirre.
Hubo risas y hasta un tour por su casa. 
Fue uno de esos regalos que te da la vida.
Quién sabe, capaz algún día les cuente la historia en el vecinito.

Mientras tanto...gracias.
Fue un gusto, Abelardo.
Que tengas un buen viaje.

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