07 febrero, 2017

La vida es sueño


El mundo se divide entre la gente que ama y la que detesta los musicales.
Me atrevo a decir que ésto no pasa con otros géneros.
Les puede gustar más o menos el terror, el western, la ciencia ficción, pero el musical lleva - ante todo y para muchos - las de perder sólo por el hecho que en el medio de una historia un personaje clave el freno de mano, cambie de registro y empiece a cantar.
Unos minutos antes, ese mismo que canta y baila mantenía un diálogo "normal" y de repente lo acompaña un coro y hasta un staff de bailarines.
De eso se trata el musical, vecinitos.
No intenten buscar una explicación.
Les diría que si están del lado del mundo que detesta el género, se ahorren la plata, el momento o en el peor de los casos, el disgusto.
Pero no puedo decirles eso de La La Land.
Y no es porque está Gosling y Stone que - es cierto - no pueden más de lindos.
Sino porque se van a enamorar.
Porque está ganando todo en la temporada de premios.
Y porque es LA favorita de los Oscar.
Así que, acá estoy.
Tratando de decirles que dejen los prejuicios a un lado.
Que lean este post.
Que se hagan amigos del género, aunque sea por un par de horas en el cine con aire acondicionado.
La La Land no sólo vale cada peso de la entrada sino que cuando vean bailar tap a Gosling se van a olvidar que odian los musicales.
Pasen y lean la crítica de la vecinita de una de las mejores películas del año.


El prólogo de La La Land es un embotellamiento. El director intenta mostrarnos a gente alterada en caravana pero nos cuesta creerle porque es un día radiante en Los Ángeles, "la ciudad de los sueños", y entre toda esa multitud está Emma Stone, Ryan Gosling y muchos desconocidos que prefieren matar el tiempo cantando y bailando. Ese plano secuencia inicial, brillante y prometedor, se quiebra con los bocinazos y ese primer encuentro no muy amable entre Mia (Emma Stone) y Sebastian (Ryan Gosling). Mia quiere ser actriz y trabaja en una cafetería dentro de los estudios Warner. Cada vez que alguna figurita conocida aparece en el café, Mia se paraliza y sueña estar en sus zapatos. Mientras tanto, en sus ratos libres y no tan libres se escapa del trabajo para audicionar en cuanto casting se le presenta. Sebastian es pianista, y mientras pierde el tiempo en un restaurant tocando a desgano la música que no le gusta sueña tener su propio local de jazz y mantener vivo a un género que, según sus palabras, agoniza.
Después del encuentro poco feliz en el embotellamiento, la vida seguirá cruzando a Mia y a Sebastian y la tercera será la vencida: la pareja va a enamorarse un atardecer, con la panorámica de la ciudad de fondo, mientras imitan a Fred Aistaire y Ginger Rogers.
Es claro que Gosling y Stone no son bailarines pero hacen lo suyo con gracia, y aunque están sincronizados no están perfectos y justamente esa distinción los embellece. Lo mismo pasa cada vez que cantan. Son delicados y están tan bien filmados que funciona. Bailan tap en plano secuencia, se ríen, son hermosos y encantadores. Todo es brillante y luminoso como en el Hollywood clásico. No hay forma que no entremos como un caballo.


Después de los encuentros y desencuentros, típicos clishés de las comedias clásicas, surge el romance y la película de Damien Chazelle es puro amor. Mia y Sebastian se enamoran y se impulsan mutuamente a perseguir sus sueños, porque La La Land también se trata de eso, de pelear por lo que queremos alcanzar y no conformarnos con la cafetería de Mia ni el restaurant donde Sebastian toca la música que quiere el dueño.

La La Land es técnicamente perfecta, elegante, sensible. Hay referencias explícitas a clásicos del cine como Un americano en París, Bailando bajo la lluvia y planos que homenajean escenas tan lindas como aquella de Audrey Hepburn con los globos en Funny Face, entre otras.
La belleza de La La Land no sólo reside en los protagonistas sino en esos murales pintados, en las luces de neón, en el vestuario saturado de colores brillantes, en las luces de los faroles y el proyector de un cine que termina cerrado. Es pura nostalgia sólo apta para pantalla grande.

La química entre Gosling - Stone es imbatible. Los vemos en la pantalla y lo único que  queremos es que sigan haciendo películas juntos.
Emma Stone es tan luminosa como sus vestiditos. Es fresca y pispireta. Amamos su espontaneidad cuando se ríe en el medio de una canción porque creemos que así es ella: natural y auténtica. Es amiga del barrio y ya volveremos sobre este tema en otro post.
Vecinitas, si a alguna de ustedes no les gustaba Ryan Gosling, hasta acá llegó. Lo dejo por escrito hoy, 7 de febrero de 2017. En cuanto vean a Gosling sentado al piano, con ese mechón de pelo rubio que le cae en esa cara de cachorro mojado y, como dije al principio, lo vean bailar tap, van a amarlo por los siglos de los siglos. Su interpretación es hermosa y merece seguir sumando a su colección estatuillas doradas de premios.

   
Dicho ésto, me divierte leer los comentarios que dicen que La La Land está inflada, que no es para tanto, que está - literalmente - cantado que se llevará el Oscar a la Mejor Película y muchos más.
En el vecinito no nos importan los números ni que ladren. Nos importan las historias bien contadas y La La Land es eso y mucho más.
Podrá ser la más odiada y la más amada de esta temporada, pero también es un relato melancólico de dos opuestos que se enamoran, se ayudan y siguen su camino.
Un camino agridulce pero multipremiado.
Ustedes eligen de qué lado están.

Y ahora, por favor, háganme caso y sean testigos de 2 minutos y 12 segundos de felicidad.



La La Land lleva 17 estatuillas ganadas desde el inicio de la temporada de premios, entre los SAG, Golden Globe, Critic's Choice, el Festival de Venecia y llegan a los Oscar con 14 nominaciones en las categorías principales (Mejor Guión, Mejor Actor, Mejor Actriz, Mejor Director, Mejor Canción, Mejor Banda de Sonido, Mejor Diseño de Producción, Mejor Edición de Sonido, Mejor Fotografía y muchos más). 

Van por todo.

Continuará en el post del Prode de los Oscar...

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