07 agosto, 2012

Sabor a hogar

"Anoche experimenté algo nuevo, una extraordinaria cena de una fuente singular e inesperada. Decir sólo que la comida y su creador han desafiado mis prejuicios sobre la buena comida subestimaría la realidad. Me han tocado en lo más profundo."
(Ratatouille)

Uno puede tener un mal día. Quedarse dormido, discutir con su jefe, extrañar mucho a alguien...
La ciudad puede inundarse, los subtes pueden hacer paro por tiempo indeterminado, el mundo volverse un cambalache como en el tango, pero toda gran tragedia deviene paraíso cuando traspasamos la puerta de casa, nuestra casa.
Al llegar, cada uno tiene su ritual. Tal vez unos mates, un baño de inmersión, una llamada telefónica pendiente...no importa qué tan terrible haya sido nuestro día ni qué hagamos, nos sentimos a salvo en casa, con nuestras pantuflas calentitas y la ropa que no ajusta ni aprieta. Para algunos, estar en casa es un convite para meter mano entre ollas y sartenes y dejar el imán de la pizzería para el fin de semana. ¿Acaso la idea de hogar no va de la mano de una rica comida casera?

No es necesario ser chef ni tener una nutrida biblioteca culinaria. Todos heredamos, en algún momento de nuestras vidas, el paso a paso de una receta familiar o mínimamente fuimos "ayudantes de cocina" de madre, tía, abuela. Así el truco para que el bizcochuelo salga siempre esponjoso o el soufflé no se baje va pasando de generación en generación. Se me ocurre pensar que hay datos, instrucciones, métodos, técnicas...como quieran llamarle que sí pueden imitarse y resultan exactas como una fórmula matemática, pero otras son irrepetibles, irremplazables...aún empleando las mismas medidas, mismas marcas, mismos tiempos de cocción. Por ejemplo, la tortilla de mi abuela a deshoras, el lomo a la pimienta con papas a la crema de mamá en el invierno, los guisos potentes del vecinito, los cannoli de su abuela tana que no llegue a conocer...

Algunas comidas, sin pretenciones gourmet, nos devuelven una sensación primitiva, emotiva como aquella primera vez que probamos ese plato que adoramos en nuestra infancia, el que "nunca fallaba". En la película de Disney que tiene como protagonista al "chefcito" de 4 patas, Mr. Ego, el severo crítico gastronómico se emociona y vuelve por un instante a su infancia con sólo probar un simple -pero elegante- plato de ratatouille.

Ayer, casualidad o no, por obra y gracia de los franceses Bruno y Olivier, el canal Gourmet me inspiró cocinar el famoso plato de la película de Disney. Los franceses acomodaron cual "chefcito"todas las verduras que parecían pintadas. Mientras preparaba el plato de la infancia de Mr. Ego, pensé en todos esos platos familiares que les conté, en otros que omití, en los nuevos que compartimos con mi compañero de vida, en todos los que faltan probar y los que repetiremos con gusto a lo largo de nuestras vidas e insisto: no importa cuan terrible sean los avatares a los que nos exponemos a diario siempre que haya sabor a hogar y un ratatouille (o completen acá con lo que más les guste) que haga que se nos caiga el tenedor de la emoción.

Buen provecho.

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