04 abril, 2011

Era callejero por derecho propio

El barrio donde vivimos con el vecinito es lindo y altamente turístico. Hay opciones de bolichitos para todos los gustos: casas de té llenas de cupcakes y detalles románticos, un promedio de 2 parrillas por cuadra, pizzerías donde la que más sale es la de rúcula y brie, cafecitos donde una puede sentirse new yorker por un rato y una buena cantidad de almacenes chinos que te salvan los 365 días del año.

Cinco cuadras nos separan de una avenida; camino obligado para entre otras cosas llegar a la oficina. En el trayecto algunos de los lugares que me gustan todavía están cerrados, otros ya abrieron. Muchos encargados de edificios ya baldearon y los más hacendosos están lustrando o haciendo que lustran.

Desde hace unos días se sumó al paisaje cotidiano un gato color té con leche. Él está más cerca que yo de la avenida pero también más perjudicado. Vive en un hogar de día, esos espacios donde se realizan actividades recreativas para ancianos. Dicen que hay tres más haciéndole compañía pero nunca los vi.

Él siempre está ahí, en el patio de ingreso al hogar y desde hace unos días, un poco antes de las nueve de la mañana espera a su amiga, la vecinita.

Mezcla de vieja del botánico y Nicole Neumann me propuse ayudarlo. El vecinito también colabora en la misión y cuando puede me acompaña. Con los bigotes llenos de leche se refriega en los barrotes del hogar y nos mira agradecido y con hambre atrasada.

Aunque nos cueste aceptarlo sabemos que ese es su lugar, con los suyos y con los viejos del hogar que ni siquiera deben poder agacharse para hacerle una caricia.


Mientras tanto, alimentar a nuestro nuevo amigo es un lindo ejercicio a modo de ensayo de lo que vendrá en un tiempo.

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