23 julio, 2008

Los secretos de Ellen




Las tardecitas televisivas tienen ese qué se yo, cantaría hoy el Polaco. Circos mediáticos, debates berretas, culebrones y hasta un reality para gente con problemas de sobrepeso son algunas de las opciones. Para todas aquellas mujeres bricollage hay canales que son el pasaporte directo a la felicidad. En cambio si la tele no es más que un ruido de fondo, si usted no logra dormir una siesta ni puede concentrarse siquiera en el último libro de Osho, quizá The Ellen DeGeneres Show es el programa ideal para la hora del té.

Ellen es en Estados Unidos lo que Susana Giménez es en tierras argentas. La gente la adora, festejan sus chistes, copian sus pasitos de baile y, por sobre todas las cosas, la gente ama el chisme, las confesiones que se presumen secretas y que su heroína, DeGeneres, se especializa en volver públicas.

Cuando en 1998 Ellen confesó abiertamente su homosexualidad en la sitcom que llevaba su nombre y ventiló su romance con la actriz Anne Heche, el episodio, lejos de escandalizar, conquistó a una audiencia siempre hambrienta en cuestiones del corazón. Con simpatía y poca corrección Ellen se convirtió en un ícono de gran popularidad en la pantalla norteamericana y es una de las personalidades con mayor influencia en el país. Hace de su vida un espectáculo público. No sabe ni quiere guardar secretos. Le gusta compartir, como cuando anunció frente a cámaras su casamiento con Portia De Rossi (actriz australiana que en los 90 se hizo conocida en la serie Ally McBeal y hoy participa en Nip/Tuck). Incluso, los rumores indican que la ceremonia se realizaría frente a las cámaras, en el mismísimo show.

Lo que sucede en la platea del programa es similar a un recital de Luis Miguel. Un porcentaje altamente femenino grita desaforadamente ni bien aparece Ellen en el estudio. Saluda tímidamente, hace un poco de stand up mientras un dj musicaliza el ambiente y ella se entrega a la danza.




El momento funciona porque se mezcla entre el público: sube baja y se zangolotea por todos lados. Gesticula con simpatía a las señoras que no hicieron más que esperar ese momento para bailar cerca de ella. Anuncia los invitados del día. Todo está perfectamente guionado, estudiado, ensayado. Se repiten gestos y movimientos lo cual atenta contra la espontaneidad y previsibilidad del programa, pero es sabido que todo esto es parte de la fórmula del talk show.

Ellen, como la diva de los teléfonos, recibe a sus invitados en el living, coordina juegos con la platea y reparte premios consuelo (el famoso Tivo) y de los otros (órdenes de compra por distintos valores). Las concursantes gritan, cholulean y se comportan como eternas adolescentes al lado de su estrella favorita.

Para los que pudimos ver a Ellen en la sitcom durante los 90, este show es un baldazo de agua fría. No alcanza con la soltura y gracia que despliega Ellen en las entrevistas, ni siquiera cuando el invitado sea un carilindo como David Beckham o Patrick Dempsey. Ellen huele a talento desaprovechado sujeta a un pobre guión.

Quizá una hora de programa diario, con algún que otro chiste, no compensa el talento de la protagonista pero El show de Ellen sirve como un buen ruido de fondo mientras se toma el five o clock tea. Incluso, con un poco de suerte, podemos enterarnos un buen chimento hollywoodense en lugar de tanta silicona bailando por un sueño.

The Ellen DeGeneres Show, de lunes a viernes a las 17 por Warner Channel.

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