29 abril, 2008

Malena

Le gusto.
Así con la nariz goteando, los ojos llorosos, en camisón, con bikini, maquillada o a cara lavada. No me juzga, no pregunta. Me acepta. Me quiere a su manera. Prende el motor y no da tregua. Ronronea, gorgojea, maúlla, reclama en su idioma, exige caricias y se duerme. Mucho. Seguido y de un tirón. Todojunto. Ya no juega tanto. Me olvido que es adulta. Digo adulta, no es lo mismo que decir vieja. Para eso falta. En su más tierna edad se escapó, cazó palomas, se cayó de balcones, tuvo intentos suicidas. Vivió, probó, le gustó y se aburguesó. Ahora duerme al sol, come atún, mira Los Sopranos y sacó panza. Esas panzas sin culpas ni remordimientos. La exhibe relajada, orgullosa.
Malena llegó desde Boedo. Maltrecha y herida, como corresponde. Sino no es un tango. Intentó ganarse el cariño de Violeta, la única mascota del lugar hasta aquel momento. No lo logró. Sin embargo cuidó de ella hasta en sus últimas horas. Cuando todo es angustia. Cuando uno maldice tener animales.
Es fotogénica sin photoshop. Lleva dignamente su edad, sufrió operaciones y soportó como dama inglesa a Mireya, la otra arrabalera que resultó una excelente compañera, la misma que la mantiene a trote, producto de corridas y travesuras impensadas a su edad.
Seis kilos de ternura, de amor desinteresado. Malena es eso y es más. Y nos gustamos. Tanto. Cada vez más.
Feliz día.

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