28 mayo, 2008

Cuando ya me empiece a quedar solo

Hay caras que son campos de batalla. Con secuelas y cicatrices de recuerdos poco felices. Los Savages son un claro ejemplo de ello y como casi todos, frente a situaciones dramáticas saben que no queda otra que subir al ring y pelear hasta que el cuerpo aguante. La familia Savages da cátedra acerca de los tropiezos que se dan en la vida, la aptitud para sobreponerse, levantarse y volver a empezar. Podrían llamarse Pérez, García o Fernández, para el caso da igual porque lo que importa aquí es mostrar descarnadamente que el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos. La historia, con alta dosis de realismo, está a cargo de un grupo de actores tan humanos, limitados y reconocibles como nosotros mismos. Wendy (Laura Linney) es una autora teatral que pasa sus días postulando para becas que no consigue, roba útiles de su oficina y mantiene una patética relación con un hombre casado. Jon (Philip Seymour Hoffman), profesor universitario, doctorado en filosofía y especialista en la obra de Bertold Brecht está a punto de terminar un noviazgo con una chica polaca. Inmersos en una apatía constante, los hermanos Savages reciben la noticia de una progresiva demencia senil que aqueja al decrépito padre (Philip Bosco), ausente y poco cariñoso, pero por el que deciden cumplir su deber como hijos hasta los últimos días, situación que los llevará a una convivencia forzada y reavivará viejos enfrentamientos entre ellos. El conflicto se centra en la relación de estos monstruos que parecen en estado de gracia constante. Los diálogos y las miradas de Laura Linney y del gran Seymour Hoffman no tienen desperdicio.

Si bien cada uno de ellos asumirá mayor o menor practicidad, cinismo o culpabilidad en el asunto hay algo en lo que no pueden diferenciarse: nunca dejan de ser los típicos neoyorkinos estereotipados, neuróticos, frustrados, modernos e incapaces de conectarse con lo afectivo y por ello se escudan en cuestiones intelectuales. En este caso, el teatro.
Sin caer en la cursilería sentimental ni disfrazar a sus protagonistas de ángeles o mártires, La familia Savages no propone soluciones mágicas porque no existen. Simplemente intenta exponer a este par de pájaros con todas sus miserias, frente a asuntos tan humanos como la competencia, los dilemas morales y el miedo ante la enfermedad y la muerte.
Tildada de película independiente y chiquita La familia Savages es justamente todo lo contrario. Enorme, brillante y brutal. Como un cross directo a la mandíbula. Sólo hace falta volver a calzarse los guantes y salir a pelear un asalto más.

La familia Savages (The Savages, Dirección y Guión: Tamara Jenkins)

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