02 marzo, 2008

El principio del fin


Hay quienes se creen merecedores de conocer toda clase de secretos. Por ejemplo, saber dónde estaba escondido el tesoro que buscaron en algún campamento de verano, qué hacía el ratón Pérez con los dientes que le dejaban bajo la almohada, cuáles eran los escondites favoritos de los amigos mientras jugaban a las escondidas. Cegados y hambrientos desean conocer secretos antes que nadie más lo haga, pero cuando les quitan la venda de los ojos y llegan a la cuestión develada el goce, el disfrute en sí de la nueva posición frente al secreto (que ya no es tal) es cruelmente efímero. El interés desaparece y el foco de atención cambia. Ya no hay misterio ni placer oculto que resolver. Se ubican en otro lugar. Ni mejor ni peor. Distinto.
Durante estos últimos meses desfilaron impunemente infinidad de copias frente a mis ojos, circularon notas por todos los medios gráficos develando sin culpas nuevos misterios, los foros de fanáticos ardían reclamando la resurrección de Charlie y más de una vez tuve que excusarme de una mesa para no escuchar detalles de la nueva temporada.
Con paciencia oriental esperé que llegara este día. Me tapé ojos y oídos, conté horas minutos y segundos porque soy de las que prefieren el efecto sorpresa a su debido tiempo. Podrá ser ingenuo pero me gusta creer que Lost es equiparable a esas cosas que se desean con ganas, así llegado el gran momento, el placer es altamente superior. A veces la no inmediatez es justamente el vehículo de nuestro deseo.
Hace unos minutos terminó el primer capítulo de la cuarta temporada de Lost. Los eternos náufragos están nuevamente entre nosotros y los fantasmas, bien muertos como están, lucen exultantes. Hay muchas preguntas y ninguna respuesta. Está bien que así sea. Es parte del secreto del éxito de Lost.
Queda volverse zen hasta el próximo lunes. Todavía hay quienes preferimos seguir siendo anticuados y no saber tantos secretos.
Todavía, de vez en cuando, tanta ingenuidad vale la pena.

Lost
Lunes a las 21 hs, por AXN.

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