El desayuno de esta mañana ameritaba exclusividad y elegancia. Nada mejor entonces que reemplazar la taza de café con leche por un sobrio english breakfast.
A las 8 de la mañana (hora argentina) William y Kate daban el sí con toda la fanfarria, y de yapa aseguraban su título de duques de Cambridge, mientras a más de 10.000 km yo tomaba de a sorbos mi taza de té.
El madrugón alusivo a la boda real sirvió para apreciar un vestido de novia perfecto, asumir una vez más mi romanticismo recalcitrante y revivir esa emoción universal más allá de cualquier título nobiliario: haberme casado con el vecinito de enfrente.
Sí, quiero.
Hoy brindo por eso.
Té y scons incluidos.
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