Soy de la época que no había cines en los shoppings. Mejor dicho, no había shopping.
Te podían pedir DNI para certificar tu edad antes del ingreso a la sala.
No había salas de 12 filas. Todas las salas eran enormes.
No existía el dolby digital ni el 3D ni salas premium donde apoltronarse o comer una hamburguesa mientras se proyecta la película.
Había un acomodador que te llevaba a la butaca y te entregaba un programa.
No había baldes de pochoclos (qué suerte), había chocolateros. Vestían de traje y llevaban una bandeja de madera, ancha y pesada, llena de maní con chocolate, caramelos confitados sugus y otras delicias de mi infancia.
No había celulares ni otra distracción que alterara el momento único de estar en una sala de cine a oscuras.
La gente no hablaba en la sala ni comentaba la película. El silencio era ley.
Y por último, la gente aplaudía. Cuando terminaba la película, expresaba con un aplauso su entusiasmo.
Las cosas cambiaron.
Hoy quedan pocas salas en los barrios. La mayoría están dentro de importantes centros comerciales.
La gente compra golosinas en los candy-bar, baldes enormes de pochoclo o inclusive, nachos con un queso de calidad dudosa.
Los teléfonos celulares ya no se apagan, se silencian. Las pantallas se iluminan ante mensajes de whatsapp o avisos de redes sociales.
La gente habla y comenta la película.
Sin embargo, a pesar de todas estas contras, no puedo dejar de ir al cine.
Mamá me acostumbró a la oscuridad de las salas desde bebé y hoy sigo eligiendo ver las películas de mi interés en una sala con pantalla grande.
Hace muchos años atrás, cuando no hablaba de películas de amor ni escribía sobre mis "amigas" Cameron Díaz o Amy Adams, cuando todavía no sabía quién era Nora Ephron, sí sabía quién era Stephen King. Puede decirse que era una vecinita "tenebrosa". Había visto varios libros de King en casa pero no me atrevía a leerlos. Era la época del VHS y en el videoclub de barrio había un surtido interesante que agotar antes.
Hasta que se estrenó Cementerio de Animales.
Con toda la mística antes descripta, con ese clima tan especial de ir por primera vez con amigas al cine, con esa idea de sentirnos grandes y adultas, y con ese fervor y entusiasmo fuimos a ver Cementerio de Animales.
Hace poco volví a verla. La historia es muy buena, pero no se si es tan genial como otras. Seguramente, el paso de los años hizo que perdiera un poco de brillo.
Como sea, tenemos un cariño especial por Stephen King.
Es retorcido y está loco, pero así lo queremos.
Por eso hoy, con la excusa de la noche de brujas, el blog sacó este recuerdo del cajón de Pandora.
Si pueden y aguantan, no dejen de ver algo de su obra.
Y por una vez, sean buenos y traten de apagar celulares y eviten los pochoclos.
Aún en sus casas.